Hace poco Libertad Digital entrevistó a Cristóbal Montoro, portavoz económico del PP, con el fin de preguntarle personalmente cuál sería la alternativa de su partido a la Reforma Laboral que ha presentado el PSOE, y que va a entrar en vigor en julio de 2010.
Lo más curioso de sus comentarios fueron la necesidad de suprimir el convenio colectivo de trabajo, o convenio de negociación colectiva, a fin de desregular el mercado de trabajo. De esta manera, se pretende que cada empresa ofrezca los salarios que considere adecuados, de acuerdo con el mercado, en el que cada empresario observe qué sueldo ofrece una empresa a un trabajador para intentar mejorarlo, y así hacerse con el empleado. Así, el trabajador escogería el empleo más adecuado, dada su formación, aptitudes y preferencias.
Aunque ésto parezca un tanto utópico para el que lo esté leyendo en un primer momento, debería de reflexionar y observar cómo no es tan extraño, porque es lo que sucede en estos momentos en España con la numerosa economía sumergida, que es la que todavía mantiene en vilo al país e impide que nazca una huelga o unas manifestaciones de dimensiones titánicas contra el Gobierno actual, debido a su ineptitud y desconocimiento del mercado. Ahora, una empresa ofrece empleos en base a lo que ofrecen otras empresas (naturalmente, a escondidas de la reglamentación general de los convenios colectivos), pero al ser pocas las ofertas, los empresarios que se mantienen no dan muy buenas oportunidades a los trabajadores. El problema auténtico no está en los empresarios, sino en la falta de empresarios. No hay que atacar la figura del empresario como causante de la crisis, sino favorecer la aparición de un clima económico en el que se den facilidades a los ciudadanos para crear nuevas empresas, y que ofrezcan mejores oportunidades a los trabajadores, frente a las explotadoras de algunos empresarios actuales.
A pesar de que sería conveniente realizar este proyecto para incentivar al mercado, y con ello a los ciudadanos, además de asegurar la libre competencia, la triste realidad es que resulta inaplicable. La razón de ésto es que esta propuesta es inconstitucional, ya que infringe el art. 37.1., de nuestra Constitución de 1978, que de nuevo favorece al pensamiento socialista y da la espalda al liberal.
Como dice textualmente: "La ley garantizará el derecho a la negociación colectiva laboral entre los representantes de los trabajadores y empresarios, así como la fuerza vinculante de los convenios". De esta manera, lo único que se ha conseguido es crear unos contratos normativos, en los que las grandes empresas (actuando como lobbies que apoyan medidas beneficiosas para ellas exclusivamente), actuando como representantes de las empresas, y los sindicatos, haciendo el papel de representantes de los trabajadores, fijan una serie de reglas a las que las pequeñas y medianas empresas, y todos los trabajadores, incluidos los no afiliados a sindicatos (89-90% de la población activa en España), tienen que adaptarse, aunque les perjudique.
Lo que parece increíble es que a estas alturas, todavía se crea que un grupo de empresarios pueden representar todos los intereses de todos los empresarios, cuando son un grupo completamente heterogéneo, con preferencias completamente opuestas en numerosas ocasiones, ya que siempre están en completo enfrentamiento, intentando ofrecer mejores oportunidades para llevarse al cliente. A su vez, lo que resulta aún más imposible de creer es que todavía se piense que los sindicatos son los representantes de todos los trabajadores, unos gremios que representan con sus afiliados, a apenas el 10-11% de la población activa en España (CC.OO y UGT con 2.100.000 afiliados, frente a los 18.400.000 trabajadores que hay ahora mismo en España, en época de crisis, con casi 5.000.000 de parados). Si ya los empresarios son un grupo con multitud de intereses, no hace falta decir hasta qué punto existen diferencias en las preferencias de los trabajadores. Los empresarios nunca van a tener intereses únicos ni mucho menos, y los trabajadores jamás tendrán intereses en común (no creo que los intereses de un agricultor sean los mismos que un vendedor de lavadoras, a menos que pretenda plantar la ropa lavada).
Sostener todavía el canon marxista de los intereses enfrentados de empresarios y trabajadores, cada uno como grupo homogéneo, como si un trabajador fuese siempre un trabajador, y un empresario siempre un empresario, es patético en la gente, pero lo es aún más cuando aparece recogido en la ley fundamental que regula todas nuestras leyes (la Constitución). En numerosas ocasiones, los intereses de un empresario y de un trabajador de un sector económico concreto tienen mucha más relación que las de dos trabajadores pertenecientes a sectores económicos distintos.
Ya va siendo hora de que España se adapte a la globalización y a la nueva sociedad de mercado que nos va a tocar vivir, y que es el reto del siglo XXI. Ya va siendo el momento en el que se abandonen los estereotipos socialistas propios de etapas pasadas, y abandonados incluso por algunos de sus antiguos defensores
Por ello, la solución que pedimos para este problema es la derogación del artículo 37.1. de la Constitución de 1978, para que la reforma laboral propuesta pueda llevarse a cabo, y se abandonen definitivamente, o al menos se reduzcan, las negociaciones colectivas, avaladas por el Estado y su pequeño grupo oligárquico de privilegiados, que con sus reglas laborales imponen normas a las nuevas generaciones de empresarios, más cercanas a la nueva sociedad de lo que lo estará nunca cualquier burócrata, para así adaptarse a los nuevos intereses de los individuos y garantizar el bienestar general de la sociedad española.
L.T.